lunedì, settembre 25, 2006

La comida pobre

Un signo característico de nuestra sociedad es que estamos acostumbrados a gastar una gran cantidad de dinero en comida: frecuentamos a menudo los restaurantes y de la comida valoramos ya no tan sólo la comida en sí, sino que nos hemos acostumbrado a valorar, por ejemplo, la presentación, el servicio y el ambiente en que disfrutamos de los platos.
En Barcelona mismo hay cantidad de restaurantes que ofrecen un buen ejemplo de lo que acabo de decir: restaurantes que parecen galerías de arte neoyorquinas de los años ochenta donde los camareros llevan una sonrisa estampada - de lo más parecido a una parálisis facial que he visto en mi vida - y cuya personalidad parece haberse desvanecido, que sirven porciones diminutas, en platos que parecen cuadros pintados.
Normalmente, al salir de este tipo restaurantes, se experimenta un conjunto de sensaciones entre las cuales dificilmente reconocemos la saciedad.

Sin embargo esta costumbre, que podríamos imputar a la opulencia de nuestras sociedades, es muy reciente.
Italia, y España por supuesto, hasta hace muy pocos años eran países rurales: nuestros antepasados trabajaban en el campo y no podían permitirse el lujo de gastarse mucho dinero en comida ya que sus entradas económicas dependían de los caprichos de la meteorología; no podían destinar mucho tiempo de sus días a frecuentar restaurantes concurridos e irse a dormir tarde porque solo había sitio en el segundo turno y a la mañana siguiente tenían que madrugar.
Así que si hoy gastamos mucho dinero para consumir poca comida, nuestros abuelos gastaban poco para mucha comida, comida que llenara mucho, o comida que aportara mucho alimento.


Lo que hoy llamamos comida pobre.
En resumidas cuentas podríamos afirmar que el producto del presupuesto dedicado a la comida y de la cantidad de comida se hubiera conservado constante a lo largo de los últimos años.

De todas formas no olvidemos que la oportunidad de dedicar porciones considerables de nuestro presupuesto económico a la comida, siendo un fenómeno relativamente reciente, se observa en un momento en el que todavía no hemos perdido la memoria histórica de los platos de nuestros abuelos.

De vez en cuando en nuestras cocina aparecen platos que permitían a los campesinos aguantar un día entero de duro trabajo, sin notar los acosos del hambre.

Eran comidas sencillas, baratas, rápidas de preparar que, de todos modos, satisfacían las exigencias del paladar más exigente; así no es de extrañar que en las raras ocasiones en que recuperamos estas recetas nos sorprendamos disfrutando muchísimo de la comida, mucho más que de costumbre.

Estas ocasiones son de las pocas veces en que nos hace gracia repetir, siempre querríamos más, llegaríamos a hacer apuestas de que cantidad podríamos comer de esto o aquello.




Pero hay que ir con mucho cuidado: nuestros aparatos digestivos sedentarios dificilmente aceptan, en un viernes cualquiera, así sin más, una cantidad de testaroli della lunigiana - una especie de pasta con gran capacidad de absorber líquidos - que hubiera podido permitir a un campesino llevar a cabo la recogida del trigo.
Incluso campeones de comer en equipo se podrían ver duramente afectados por grandes cantidades de comida campesina.




Hay que proceder con extremo cuidado al experimentar el exquisito gusto del lardo di colonnata cuando quisieramos comer la cantidad que antaño le bastaba a un trabajador de las canteras de mármol de Carrara para sacar del monte un bloque para Michelangelo.



Posiblemente nos podamos consolar pensando que nuestro nietos no podrán con la tortilla de patatas de toda la vida.

1 Comments:

Blogger SallanWorld said...

Efectivamente, la ingesta del testarolo resultó algo pesada, pero tenga en cuenta que los antipasti fueron cuantiosos, y que uno no estaba preparado para la alta competición.

Con la debida preparación, son muchas las personas que, aún hoy en día, podrían comer un testarolo entero.

18:10  

Posta un commento

<< Home