mercoledì, marzo 03, 2010

En el lado oscuro

En estos días se empieza a debatir en el parlamento autonómico de Cataluña la prohibición de los espectáculos taurinos en territorio autonómico.
Sin embargo en la España contemporánea tan plural, donde  cada uno tiene derecho a matizar y a opinar, ni siquiera el respeto de los derechos de los animales se puede expresar unánimemente: CiU se ha apresurado para dejar claro que la posible prohibición no deberá afectar - toma - a los encierros tradicionales en el sur de Cataluña (y en un número imprecisado de otros pueblos ibéricos).

Así que una vez más lo que aflora es el resentimiento catalán a todo lo que puede recordar, incluso de lejos, a España y para reivindicar una vez más una supuesta diferencia substancial respecto a España.

(La diferencia sería algo más apreciable si en España se hicieran corridas de toros y en Cataluña encierros de caracoles pero en el momento que se encierran toros ya se ve el poco sentido que tiene diferenciar Cataluña de España, diferenciación que, por otro lado, ya debería de haberse abandonado hace tiempo por el simple hecho de que Cataluña es una autonomía parte del Estado español).

Parece muy claro: lo de la corrida es una barbarie pero los encierros de Tarragona son cultura.

Lo mío, por bárbaro que sea, es cultura y lo tuyo es una tortura.
Y si a mí me parece cultura lo de la corrida? Eres un fascista.
Se entiende: en Cataluña cualquier posición que no sea la vanguardia de la vanguardia huele a fascismo, pues no podría ser diferente cuando Barcelona es tan progresista como para gastar dinero en editar panfletos para recordar que no existe ninguna ley que te penalice si vas desnudo por la calle - tengo las pruebas -  conservando pero el derecho a fomentar el descontento - el verano pasado -  cuando los turistas en verano se pasean por la ciudad en bañador.
Aquí esto no se percibe como contradicción: es pluralismo.
A mí, honestamente, me parece más bien hipocresía si no explicarme cómo es posible que en Barcelona se quieran prohibir las corridas de toros y, según tengo entendido, no se permita la exhibición de animales salvajes en los circos cuando en los mismos se permite que niños de corta edad se exhiban sin más - Cirkid, Monumental 24 de enero 2010-.

Por otro lado siendo verdaderamente muy cínicos puestos a prohibir cosas se podría empezar a prohibir aquellas que le causen sufrimiento al ser humano, y una vez agotadas estas seguir con erradicar el sufrimiento animal.

No sé, en Cataluña, sin ir más lejos, se podría empezar con prohibir la música de la Elèctrica Dharma que tiene tela el sufrimiento que causa.

No voy a esconderlo yo estoy a favor de la corrida, he asistido dos veces a una corrida y me ha encantado: será que despierta instintos atávicos, será que soy primitivo, que me parece algo muy antiguo o que me parece que todo sea muy simbólico y no entiendo el significado... pero a mí lo de ver un tío delante de un animal cabreado de 500 kilos me gusta.

Siempre pasé bastante del tema toros, igual el haber vivido en Italia hasta los 30 años ha ayudado, pero en un momento dado leí dos artículos de Alessandro Baricco, nada sospechoso hasta se le confió el pregón de Sant Jordi en 2008, y me vino la curiosidad de ver la corrida.
En estos artículos, publicados en Repubblica  - no, no es de derechas - en mayo de 2000, se contextualizaba el tema corrida y luego se contaban dos: una de José Tomás y otra del Juli.
Baricco es un gran escritor y claro supongo que nadie podrá objetar nada si después de haber leído algo como lo que sigue - que yo he traducido muy libremente -  tenía una ganas locas de ver una corrida.

La elegancia es absoluta, impresionante la exactitud, y desmesurada la valentía. La posición de los pies, la mirada, la curva de la cadera, todo es estudiado al milímetro, como una coreografía. Baila, él. Usa la fuerza del toro como combustible, como pretexto para encontrar posiciones y figuras inolvidables. Cada memoria de combate queda borrada. Y el fantasma de la muerte (suya y del toro) totalmente anulada: está, está presente en cada momento y a cada paso, pero la belleza de aquella danza lo hace olvidar. Ver el que torea te ayuda a creer a lo que todos los toreros dicen: no se torea en contra del toro se torea con el toro. No es un combate es un danza. Que se hace en dos. Si se quiere, y esto es el secreto de la corrida: que, básicamente es un combate, y a menudo desgraciadamente sencillamente una carnicería, pero que también, desde el profundo de aquella lucha se deduce, algunas veces, una danza, con la absurda pretensión de transfigurar la bestia, la sangre, el hombre matador y todo en un icono de belleza muy pura y antigua. No es que la corrida sea, apriorísticamente, atroz o sublime: puede ser todo. Lo que se puede decir es que es un horror grotesco que algunos toreros trasforman en un espectáculo sublime. A pensarlo bien es lo mismo que se pude decir, cambiando torero por cantante, parlando de una ópera seria de Rossini, o de una romanza de Puccini. José Tomás es justamente uno de aquellos toreros. Está allí, en Barcelona, al quinto toro, adivina todo. Desaparece el combate, es pura danza. Animal y hombre siempre más cerca, hasta volverse los dos elementos de un movimiento único. La piel negra, la sangro oscura, los reflejos del traje, los cuernos, los absurdos zapatitos de baile que lleva el torero, la espada y la muleta: sobre el papel no hay opción para juntar cosas de aquel género. Allí se vuelven un único, bellísimo, monstruo de la fantasía, que voltea al ritmo de sí mismo. Luego, ya que es sublime la corrida lo es hasta el exceso, aparece en la escena la muerte. Que historia, eh? Veinte minutos para danzar la maravilla y para matarse.


El tono de Baricco en algunos trozos es casi épico:

El Juli espera, sin parpadear como una estatua en una iglesia. Solo cuando el animal es a un par de metros el capote de abre a mariposear arriba, y alrededor, el Juli desaparece dentro hay una mancha amarilla y violeta que voltea en el aire, se tira dentro el chico divino, el único ruido es una especie de aleteo, luego la estatua desgarra en el aire un gesto de desdén y mientras el toro se pierde en la nada la arena se levanta sin saber exactamente qué es lo que ha visto, pero sabiendo que no lo olvidará nunca.


Y que pasa si voy y estoy de acuerdo con lo que había leído en su momento y la corrida me encanta? Me gustaría saber cuántos de los que están en contra han asistido nunca a una. Por supuesto que la muerte del toro deja un mal sabor de boca pero la mezcla de fuerza, valentía, belleza y mal olor cosquillea unas sensaciones que no sabemos ser capaces de probar.
Dicho sea de paso que durante gran parte de la corrida el público está en silencio, a momentos hasta se puede escuchar distintamente el ruido del toro que corre sobre la arena y el aleteo del capote.

A raíz de los artículos que fueron considerados por los lectores de Repubblica un culpable enaltecimiento de la corrida Baricco contestó con un
tercer artículo (también en este caso la traducción es mia así que no cabe duda de que se necesita un esfuerzo de la imaginación porque el original es mucho más bonito):

Han llegado muchas cartas para protestar, a "Repubblica", para mis dos artículos publicados, días atrás, sobre la corrida. Las han escrito muchos animalistas, pero también lectores que por costumbre no están comprometidos con aquél tipo de batalla. Todos se definen sorprendidos y indignados para haber encontrado, en el periódico, "páginas dedicadas a la exaltación de la corrida". Todos destacan que la corrida es una "práctica atroz y barbará", un "espectáculo insulso y arcaico". Los tonos están entre el sinceramente dolido y el abiertamente agresivo, con acompañamiento de insultos y peticiones de boicot. Parece que todos compartan el principio: "ninguna tradición o entretenimiento puede fundarse en la explotación del sufrimiento de otros seres vivos".

Me interesan aquellos trozos del mundo donde el horror y el maravilloso se enlazan de manera aparentemente inextricable. Capta mi curiosidad que algo bello necesite, para nacer, de un terreno que da asco: me gusta reflexionar sobre todo lo que de horroroso puede nacer de un terreno que creemos positivo y justo. Hay algo, en fenómenos como aquellos, que se escapa a toda lógica: son preguntas abiertas, y incomodas.

Boicotean nuestra general propensión a un igienismo ideológico por el que solo existen cosas limpias o sucias. Nos ayudan a recordar que nosotros somos más complejos de así, y el mundo que hemos producido no es completamente coherente: en muchos de sus fragmentos, limpieza y suciedad dependen una de la otra: se necesitan mutuamente. A menudo pasa que vaya a ver aquellos fragmentos de cerca: para intentar escribir lo que he escrito. Creo que sea una de las cosas que dan un sentido a mi trabajo.

Hace tiempo fui en Viena para ver el efecto que hacía escuchar los Wiener Philharmoniker en el corazón de un país en buena medida xenófobo y racista. Algo sublime que acontece codo a codo con algo que detesto. Hubiera sido bastante fácil trazar una bonita raya y poner por este lado el Austria limpia (la de los conciertos) y al otro lado la sucia (la de Heider). Nuestro instinto igienista hubiera estado literalmente deliciado con una cosa de este tipo. Pero la verdad es que yo fui allí justamente porque no creo que se pueda trazar aquella raya: porque se como el aparato ideológico que apoya al música para producir el sublime sea un aparato bastante discutible, obsoleto y deterior: hasta pariente de aquello que ha generado Heider. Lo sé y no quiero olvidarlo, porque es una de las cosas que hace de la belleza producida por aquel mundo una belleza sufrida, inteligente y verdadera. Los Wiener, en aquel momento, en aquella ciudad, no eran algo tranquilizante: eran una pregunta abierta, y incomoda. He ido, y he escrito.

Con un espíritu no muy diferente he ido a ver la corrida. Hay algo en aquel espectáculo que evidentemente no cuadra. Y que fuera un tema incomodo lo sabía yo y lo sabía el director de este periódico. Justamente por esto nos ha parecido que valiera la pena ir para meditarlo un poco, lejos de la urgencia de la crónica, y con el respiro necesario a una reflexión que intentara ir más allá del eslogan o del lugar común. Me ha desconcertado leer, en los mensajes de los lectores, la unánime convicción que hayan salido dos artículos de "exaltación de la corrida". Puedo decirlo con serenidad: no son dos artículos de exaltación de la corrida. Son el relato de uno que va, mira, ve el horror, y ve la belleza. Son el relato de uno que se esfuerza por no esconderse ni una cosa ni la otra. Porque en la convivencia del horror y de la belleza aquel fenómeno se vuelve algo por interpretar, pregunta abierta y indicador de una determinada civilización. Si en aquel artículo se habla mucho de la bravura de los toreros y menos del sufrimiento de los toros, es porque el horror de la corrida se puede destilar para siempre en una única frase, tanto es evidente y claro: mientras su belleza es algo menos accesible, menos agradable de alcanzar, más difícil de aceptar. Pero está. Por cuanto pueda dar asco, está allí. Negarlo puede ayudar la causa de la defensa de los animales, pero no nuestra ambición a entender el mundo que producimos a diario.

Si puede ser de interés lo que yo piense, yo pienso lo que he escrito: la corrida "es un horror grotesco que algunos toreros transforman en un espectáculo sublime". No creo que esto sea suficiente para querer defenderla. Sigue pareciéndome absurdo, por decir algo, que la Unión Europea encuentre el tiempo para condenar ciertos queso o los hornos de leña de las pizzerías, y todavía no se haya puesto el problema de las corridas. Y, con toda franqueza, pienso que la corrida tenga las horas contadas: no creo que mi hijo la verá, porque ya no existirá. Pero ahora, de momento, existe. Se puede ignorar, pero si decides ir, y escribirlo, lo que tienes que hacer es intentar entender, y no intentar amortiguar el shock. No sirve para nada, no estás allí para aquello. Esperaba que mis lectores aceptaran cumplir junto a mi aquel pequeño viaje al centro de algo desagradable, y enigmático. Constato que al menos una parte de ellos no sentía la necesidad, y no la comparte para nada. Respecto su posición. Me gustaría que intentaran entender la mía.


Baricco no llega a defender la corrida y hasta augura su desaparición en tiempo breves, pero hay una parte muy interesante:

Son el relato de uno que se esfuerza por no esconderse ni una cosa ni la otra. Porque en la convivencia del horror y de la belleza aquel fenómeno se vuelve algo por interpretar, pregunta abierta y indicador de una determinada civilización. Si en aquel artículo se habla mucho de la bravura de los toreros y menos del sufrimiento de los toros, es porque el horror de la corrida se puede destilar para siempre en una única frase, tanto es evidente y claro: mientras su belleza es algo menos accesible, menos agradable de alcanzar, más difícil de aceptar. Pero está. Por cuanto pueda dar asco, está allí. Negarlo puede ayudar la causa de la defensa de los animales, pero no nuestra ambición a entender el mundo que producimos a diario.

 

Creo que la prohibición de los toros debería llevarse a cabo solo en el caso de que no se considerara un medio de alejamiento de España.
Aún menos se debería seguir el camino de la prohibición por hipocresía, por el asombro de haber descubierto que nos gustan los toros por haber reconocido una belleza tan difícil de alcanzar y que es tan complicado aceptar que pero nos ayuda a entender el mundo que hemos producido.